miércoles, 11 de febrero de 2015

Recordar, pasar por el corazón


Comparto con ustedes y conmigo misma estas palabras... resulta difícil pero necesario sanar los dolores que sentimos de pequeños. Recordar o sentir ese dolor, ausencia, vergüenza o miedo puede ser, y seguramente lo sea, triste, angustiante, desesperante o vertiginoso, pero hoy (ya grandes), tenemos amor para darnos a nosotros mismos... podemos volver a tomar de la mano a la pequeña persona que fuimos y fundirnos en el amor infinito que sanará nuestras heridas.




Abraza la soberbia que hay en ti, porque detrás de ella hay un niño no querido.
Abraza la exigencia que hay en ti, porque detrás de ella hay un niño que no ha sentido el Amor.
Abraza al “agradador eterno” que hay en ti porque detrás de él hay un niño rechazado.
Abraza la ira y el enojo que hay en ti, porque detrás de ella hay un niño abandonado.
Abraza al solitario que hay en ti, porque detrás de él hay un niño excluido y discriminado.
Abraza el desgano, la apatía, la falta de sentido, porque... detrás de todo esto, está tu niño padeciendo ser quién no es...
Abraza el dolor que hay en ti, porque detrás de él hay un niño lastimado.
Los niños que habitan dentro de nosotros, están empezando a manifestarse y esta vez no paran hasta ser escuchados...
Por favor, desde lo más profundo de mi corazón te pido, no los silencies más...
Aprender a integrarlo, a comprenderlo, a abrazarlo, a liberarlo, devolverlo a la vida, esta es la tarea de hoy. Te aseguro que es el Camino para que tu Divinidad baje a la Tierra.
Clarissa Pinkola Estes


Al respecto de este texto, la psicóloga española Laura Blasco Barrena, escribió unas dulces palabras.

Lo (nos) olvidamos, lo (nos) ignoramos, lo (nos) acallamos, lo (nos) castigamos, lo (nos) arrinconamos… Es una de las partes más importante y más frágiles de nosotros mismos y decidimos no atender a nuestro niño interior. Nuestra evolución de la personalidad va marcada por “traumas”, chinchetas colocadas en nuestra línea del tiempo que señalan acontecimientos que nos han dejado marca y que quizás no hemos resuelto de la mejor manera posible.
Cuando con 40 años reaccionamos “como un niño” ante, por ejemplo, una ruptura de pareja y no podemos parar de llorar (desconsoladamente, “como un niño”) estamos reviviendo aquello que sentimos cuando teníamos 5 años y papá se tuvo que marchar a trabajar fuera. Con 5 años no lo supimos elaborar, nuestro alrededor quizás no supo acompañarnos en la elaboración, y con 40 años nos encontramos reviviendo lo que sentimos con 5 años y lo que nos está pasando actualmente lo interpretamos como es lo mismo y que no vamos a ser capaces de cambiar las emociones que tuvimos con 5 añitos. Ninguna de las dos situaciones las sabemos superar, creemos que no tenemos recursos para superarlo, no sabemos verlos… Buscamos como adultos la forma de elaborar una herida que está abierta desde que éramos niños, diciéndonos a nosotros mismos que es una tontada, que somos capaces de seguir adelante (es cierto que lo somos) sin esa persona, diciéndonos una serie de cosas… pero no sintiéndolas…
Nuestro niño interior no nos entiende cuando le decimos que todo va a ir bien, porque no necesita saber qué pasará en el futuro. Necesita que alguien adulto (tu yo de 40 años) lo abrace con sus 5 años y le diga que no está solo (que lo quieres tal y como es y que no necesita decir a todo que sí, que no lo discriminas y que no hace falta que siga siendo solitario, que no necesita esa autoexigencia excesiva porque ya lo amas…), que la persona de 40 años le acaricié la cara, lo abrace, lo mantenga un tiempo entre sus brazos, le pida perdón por no haberlo escuchado hasta ahora y de paso que el yo adulto, el de 40 años, se perdone también a sí mismo por todas esas autoexigencias, esa forma de mantenerse aislado para protegerse que muchas veces le ha traído dolor, por la ira y el enojo que ha sentido… porque todo lo ha hecho para protegerse… En el momento en que niño y adulto se encuentran se produce un efecto precioso. A través de la meditación se puede llegar fácilmente al encuentro con nuestro yo interior, relajándonos, visualizando que poco a poco se acerca un niño (o niña), viendo que es nuestro niño interior y abrazándolo y calmándolo.
Para que os resulte un poco más fácil es dejo una guía para hacer el ejercicio de conectar con vuestro niño interior (princha aquí)
“Imaginaros que estáis en un lugar de la naturaleza, un sitio que conocéis desde hace mucho tiempo, una playa, un lugar de la montaña, un bosque, una pradera, está amaneciendo, atardeciendo,… os encontráis solos, escucháis los sonidos del viento,… incluso oléis la naturaleza,… Disfrutad durante unos segundos de este momento, visualizarlo…
De repente, a lo lejos veis un niño, una niña, que os llama la atención, tendrá unos cuatro o cinco años,… os acercáis y según llegáis casi a su lado os dais cuenta de que ese niño o niña eres tu, ¡qué sorpresa!,…. Mira como te mira, como te sonríe,… te dan unas ganas tremendas de abrazarlo, de abrazarla. Pidele permiso para tocarlo, abrazarlo, besarlo. Lo haces, le tienes en tus brazos, en tu regazo,…mira que cara llena de ilusión, de alegría, de esperanza, que ganas enormes de jugar, de,… escucha como te habla, ¿Qué te dice?… Disfruta de este momento, regálate unos minutos,…pero ¡qué bonito, qué bonita es!, está lleno, está llena de vida ¿Verdad?
Dile que le quieres, que le amas, que sientes no haberte comunicado antes con él, que es maravilloso, que tiene mucha luz…recuérdale que siempre vas a estar con él, que no tenga miedo, que a partir de hoy siempre estarás con él, nunca estará solo, hazle sentir seguro, reconfortado y sobre todo amado.
Termina diciéndole LO SIENTO, PERDÓNAME, TE AMO, GRACIAS varias veces hasta que te sientas bien.
Al cabo del rato, decides volver a dejarlo en el suelo y te despides con enorme cariño de el o de ella, le dices adiós con la mano, ves como no deja de sonreírte,… Saborea este instante,… ahora es cuando me tocaría deciros “volved a abrir los ojos”.”
Si os apetece podéis contarnos vuestra experiencia.
Un abrazo a niñ@s interiores y a adultos.